Domingo, 27 de abril del 2014
DIARIO
Nos vamos al pueblo. Desde Madrid suelo tardar como dos horas
hasta Zamora, mas luego hay que añadir como unos quince minutos para llegar a San Marcial. Así que estuvimos en casa hacia la una y media, descargamos el equipaje y nos
fuimos a Morales del Vino para comer en casa de mi amigo Amadorín, que es
tradicional que cada domingo de Pascua nos invite a lo que en Zamora
se llama el “Dos y pingada”, que no es otra historia que dos huevos fritos con
una buena loncha de jamón serrano tras su paso, vuelta y vuelta, por la sartén. Claro que
además tenían preparado, como refuerzo firmemente calórico, un magnífico
estofado de conejo y de postre unas aceitadas, que son dulces típicos de
la Semana Santa y que lo ortodoxo es que estén duros y que exageren en su sabor el sabor del anís del mono de toda la vida. O sea que me como media docena de aceitadas y
me despido de la concurrencia hasta el año que viene, si es que no hay ninguna
orden en contra o estamos por otros lugares o el médico me ha prohibido el exceso y resulta clínicamente imposible darse al invento de los huevos y el jamón serrano.
A las
siete estamos de vuelta en San Marcial, me quedo dormido en el sillón hasta las
ocho y después me pongo a leer “El marqués y la esvástica”, un libro que cuenta
las andanzas totalitarias de César González Ruano en el París ocupado de 1941.
Un libro en que los autores, Rosa Rosae y un tal Plácido, catalanes antes de la
fuga del baus, lo ponen como no digan dueñas y encima lo acusan de quedarse con
la fortuna de muchas familias judías con la promesa falsa de salvarles de los
nazis y conseguir que crucen a través de Andorra hasta la España de Franco. Claro que, según nos dicen estos señores, los judíos, previamente saqueados por Ruano, no cruzaban los Pirineos
porque no había ningún guía ni ninguna organización esperándolos, cayendo en manos de la Gestapo para volverse carne de patíbulo camino de
los campos de extermino y las cámaras de gas. De este terrible crimen de lesa
humanidad acusa esta gente a César González Ruano. Naturalmente, a estas alturas de la
Historia, no pongo la mano en el fuego por casi nadie, pero para lanzar
acusaciones de esta índole hay que venir cargados con algún documento que lo
certifique, ya que las habladurías de terceros sólo nos pueden llevar a conjeturas
malintencionadas y calumnias intolerables.
A los artistas como Ruano
hay que aceptarlos, en mi opinión, tal como son y ceñirse en exclusividad a la obra
que nos presenten. Todos sabemos que Ruano era muy particular y como fuera de
norma y, tal como le aconsejó su amigo Vargas Vila, se construyó a voluntad su propia
leyenda, una leyenda que a propósito deja mucho que desear desde el punto de
vista moral y que lo convierte como él pretendía en un escritor maldito, tal
como les ocurrió a varios de sus poetas más queridos: Baudelaire, Lautremont,
Verlaine, Rimbaud y por ahí todo seguido hasta completar la pléyade del
malditismo francés. Claro que también habría que incluir a su buen amigo Cocteau, pero sobre todo al guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, que era en realidad a quien Ruano quería parecerse de mayor, aunque sólo logró asemejarse al doble de sí
mismo, que es todo un éxito personal si bien se mira. De
modo que tiene razón ese amigo íntimo que sale en las frases del principio al declarar que a Ruano le habría
encantado el libro, pues habría conseguido completar una magnífica leyenda, una leyenda tal vez mucho más allá de los límites que seguramente él tendría calibrados.
Ceno tan sólo un yogur con unas nueces y me
voy a la cama después de escribir un rato en este Diario que ustedes tienen la
amabilidad y la paciencia de leer. Estoy realmente agotado, pero antes de
apagar la luz, me doy el capricho de leer una carta más de mi buen amigo Apollinaire: me
refiero, como ya habrán adivinado, a una de esas cartas que escribió a su amiga
y amante Lou de Colygny. Pues bien, en la carta número 15 le dice nada menos,
entre un fraseo amoroso de lo más lírico y muy cerca de lo cursi, que ha tenido
cólicos por la mañana. No me puedo creer semejante licencia por parte de un esteta como Apollinaire. Pero es que también le suplica que
descanse y duerma mucho y que evite en lo posible caer en el “faire menotte”, es decir, en hacerse una manita. Pero nada menos porque a él, quién lo diría, esos solitarios
le vuelven neurasténico y como si le entrara la rabia de los celos. Así que rezo mis oraciones y trato de dormir sin llegar a comprender.
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