EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL COLERA
CARTAS A DORA MALENGO
16 DE AGOSTO DEL 2012
QUERIDA
DORA: Hoy es mi cumpleaños y sólo sé que tú no estás. Sin embargo, esa llamada
inesperada, desde algún infinito de tu vida, me ha llenado, aunque no lo creas,
de deseos juveniles. Incluso he percibido un cierto temblor de lágrimas, como
si el día empezara a embalsamarse de promesas y risas apagadas. Como verás en
la fotografía, me han regalado un carretillo para llevar con cierta comodidad todos
mis fracasos. El primero contigo, que aún me cruje en el alma como un madero
carcomido por las mil y una noches sin el tránsito de tus besos. Porque de noche
soy como una farola fernandina sometida a las usuras del tiempo. Sesenta y tres
años encarminándome el alma con tu recuerdo. Y es que empiezo a ser como un
rumor de estatuas cansadas de su historia, o el de una sonata de espectros
esperando a ser rehabilitados por un alma tan caritativa y fina de piel como la
tuya. Sí, amor mío, hoy es mi cumpleaños
y soy consciente de que resplandezco en negro con las últimas luces, las más pálidas
y tiernas y desteñidas del día. Curiosamente, acabo de leer, como creo que te
dije, “El amor en los tiempos del cólera”, la novela de García Márquez. Me
gustaría que la leyeras. No sólo es pura esencia de literatura, sino la
historia maravillosa de un amor imposible, el de Florentino Ariza y Fermina
Daza, cuyo final te hará reflexionar sobre lo que es el amor, el matrimonio, el
sexo, la lealtad, el tiempo, la amistad y la muerte. Claro que, tras esta
novela, he optado por leer una
autobiografía apócrifa de Oscar Wilde. Me refiero a la obra, “YO WILDE”,
escrita por Miguel Dalmau, un escritor no muy conocido, pero íntimamente
exquisito y provisto de una sensibilidad conmovedora. También te la recomiendo.
Una verdadera delicia. En realidad, todo lo que se refiera a Oscar Wilde, no sé
por qué, pero me parece de una delicadeza insuperable. Si mal no recuerdo, yo
leí las obras completas de Wilde a los doce años, y ya entonces, sin entender
gran cosa, me supieron como a la fruta escarchada de Navidad. ¡Deliciosas! Creo
que “deliciosas” es el adjetivo que utilizó Borges para referirse a sus obras,
a las de Wilde, claro, “el divino”, como le llamamos sus incondicionales. Y
ahora tengo que irme porque una comida entre amigos me reclama. He de abrir
unas botellas de cava y encargarme de los aperitivos: ostras y fuagrás de oca.
También he de preparar para el postre una selección de quesos franceses, aunque
entre ellos voy a incluir un queso fresco de cabra de Trujillo y otro gallego
de tetilla. Naturalmente, el queso azul no puede faltar y me he decidido por un
Stilton inglés, en mi opinión, el mejor de los quesos azules del mundo. Pues
bien, los quesos en general, según mi experiencia, han de regarse con un buen vino
de Oporto, cuanto más añejo mejor. El resto del menú creo que consiste en “crema
de lentejas” y “pularda asada con puré de castañas y chalotas”. El vino será
tinto y puramente extremeño: un Habla nº 7. Una lástima no poder compartir
contigo todas estas delicias culinarias. En realidad, mi querida Dora, si
estuvieses aquí conmigo, tú serías para mí la tarta de crema y merengue y chocolate
fundido y el ajenjo final de los poetas. Ay, se me olvidaba, también serías, te
lo juro, los fuegos artificiales, como en la pálida fluidez de aquellos días
antiguos. Tuyo para siempre. Antonio
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