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22 de agosto de 2012

ALBERT LONDRES



CARTAS A DORA MALENGO
22 DE AGOSTO DEL 2012

QUERIDA DORA: He pasado unos días trabajando arduamente sobre la documentación que tengo acerca del personaje de cuya biografía me ocupo actualmente. Demasiada intensidad para llevar a cabo el descanso que me he propuesto disfrutar todo este mes de agosto. Sin embargo, no me gusta estar mano sobre mano y la tentación de ponerme a trabajar es demasiado fuerte para resistirla. Esta mañana, por ejemplo, la he pasado estudiando todo lo que la Red me ofrece de un periodista francés, Albert Londres, que es muy importante para el desarrollo de la psicología del personaje principal. Naturalmente, por motivos de seguridad profesional, sigo escondiéndote el nombre del biografiado. Pero este Albert Londres, como te digo un periodista francés nacido a finales del XIX, me interesa bastante como punto de referencia para comprender los principios ideológicos y el compromiso político de mi protagonista principal. Claro que yo no sé ni una palabra de francés y  tengo que recurrir a las horribles traducciones de la Red para enterarme de algo. O sea que apenas tengo tiempo para escribirte como tú te mereces y esperas. No obstante, esta última semana no sólo ha consistido en trabajar duro, claro está, sino que también me he permitido el lujo de pasarlo bien con los amigos. Por ejemplo, el último domingo estuvimos comiendo en casa de mi buen amigo Amador. Nos sentamos dieciséis a la mesa. Comida y cena. Y la verdad es que para vencer la tentación de la comida caí plenamente en ella, como aconseja Oscar Wilde, y además te diré que disfruté con el exceso de vino que tuve el honor de permitirme, además del pan blanco y las carnes a la brasa. De postre me deleité hasta casi pecar mortalmente con unos sorprendentes bizcochos borrachos. Al día siguiente, como es natural, tuve que imponerme una dieta a base de agua mineral, frutas y verduras, o sea, de lo más descorazonadora y aburrida. La verdad es que ahora estoy muy bien de peso, ya que rozo las cifras de los años ochenta, y no me gustaría rebasarlas por nada del mundo. Por cierto, mi nieto Mario se ha caído de los patines y le han tenido que dar unos puntos de sutura en la barbilla. Tan joven y la vida empieza a llenarlo de cicatrices. Ayer vi por televisión una película titulada “Habana”, con Robert Redford y Lena Olin. ¿La has visto? Desde luego, lo que más me gustó fue la recreación del ambiente habanero justo antes de la revolución castrista. Y qué bien está justificado el compromiso político de Redford, un profesional del juego, basándolo puramente en el amor que siente por la mujer. ¿Es que hay algún otro motivo que pueda justificar una revolución? Solamente la locura. Sin ir más lejos, las ideas revolucionarias del terrateniente cubano sólo pueden ser calificadas, precisamente, como esa locura política que a veces les entra a los ricos por una simple cuestión de mala conciencia. Tampoco el compromiso de la mujer parece justificado ni aclarado para que pueda parecer más o menos creíble. En cambio, todo lo que dice y hace el malo de la película, es decir, el responsable de la seguridad estatal cubana, resulta de lo más lógico y coherente, políticamente hablando. Pero insisto que lo que más me gusta de la película es el ambiente creado para dar a la ciudad de La Habana el verdadero cariz que tuvo durante esos años. Te recomiendo que leas, si te interesara el tema,  “La Habana para un infante difunto”, de Guillermo Cabrera Infante, en mi opinión el mejor libro que se ha escrito sobre esa ciudad antes de la llegada de Castro. También el personaje de mi libro pasa una temporada en La Habana, al lado de Hemingway, durante los años cuarenta. La verdad es que yo no conozco esa ciudad, aunque me gustaría pasar en ella unos días, ya lo creo, pero te digo que sólo la visitaré cuando se vayan esos lobos del Régimen y se cometan en ella otra clase de pecados. ¿En tal caso, te vendrías conmigo a tomar unos daiquiris al Floridita? Piénsalo bien esta noche y mañana me contestas. Tuyo para siempre. Antonio. P.D, La fotografía es un recuerdo de la comida del domingo pasado. 

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