CARTAS A DORA MALENGO
26 DE AGOSTO DEL 2012
QUERIDA DORA: El viernes y
sábado estuve en Madrid. La temperatura era agradable y cené en una terraza de
la calle Jorge Juan, en el restaurante Alkalde. Pero, antes, por la tarde,
estuve en el Thyssen para ver la exposición de Edward Hopper. Sin embargo,
antes de entrar a esta muestra, subí al primer piso para contemplar el cuadro
de Beckmann, “Quappi de rosa”, que como sabes me sirvió para titular una de mis
novelas policiacas. Claro que también me acerqué a visitar el retrato de
Millicent, mi querida condesa de Sutherland, que fue pintado por el americano
John Singer Sargent. ¡Qué mujer tan imponente! Una cosa así como tú, pero en
tintes nórdicos, si bien de idéntica presencia y parecido impacto. Luego, como
te digo, me pasé por la exposición de Hopper. Demasiada gente. Y es que este
pintor es muy popular. Dicen que es el pintor de la clase media americana, de
su soledad y de su terrible mediocridad. Para mí es un pintor metafísico, ya
que sus cuadros reflejan la perplejidad existencial en el rostro y en la actitud
de los personajes, quienes se preguntan si hay algo más tras la cruda realidad
que nos rodea. Y digo personajes porque la pintura de Hopper es esencialmente
narrativa, cinematográfica, de ahí que sus composiciones sean imitadas con
tanta frecuencia por casi todos los directores de cine. Sin embargo, desde un
punto de vista puramente pictórico, me parece un artista mediocre. A decir
verdad, lo único que yo destacaría de esta exposición son sus acuarelas.
También me gustó el autorretrato. Lo demás me pareció de muy baja calidad
pictórica. Pero el público, no obstante, disfruta con este arte porque yo creo
que sintoniza con su visión de la vida. Una visión triste, pesimista y como sin
salida. Y es que la ausencia de respuestas verificables arroja al ser humano al
fondo de una especie de abismo donde burbujea la angustia como agua que hierve.
La misma angustia que describen Kierkegaard y Heidegger en sus libros de
metafísica. Curiosamente, esta angustia es atractiva desde un punto de vista
estético, como ocurre también con el famoso cuadro de Munch, ¡esa horrible
pintura!, supongo que porque el espectador se siente identificado de alguna
manera, aunque sólo sea inconscientemente, con esa actitud como de terror y desesperanza
por no saber categóricamente cuál es el objeto de la existencia. Pero, en fin,
como te digo, desde un punto de vista pictórico, Hopper no me interesa lo más
mínimo.
Pues bien, otra de las mujeres que visito cuando entro en el
Thyssen es Kiki de Montparnasse, quien reina en el museo gracias al retrato que
le hizo Kees van Dongen, un pintor catalogado como fovista, oriundo de Holanda,
que se convirtió en uno de los retratistas más originales y codiciados del
París de los años veinte. Y es que tú, mi querida Dora, te pareces tanto a Kiki
de Montparnasse que, cada vez que miro tan maravillosa pintura, creo sentirme
bajo esa mirada tuya de diva, de mujer independiente y libre que siempre fuiste
para mí. Por eso mismo te imagino en mis sueños de un lado a otro del mundo,
desprendiéndote de cuantos amantes te cubren el camino de deseo incontenido, y
tú impertérrita, altiva, como si estuvieras más allá del amor y de la lujuria
infantil de los hombres. Tú, mi querida Dora, lo mismo que Kiki de Montparnasse,
eres la reina de allí donde dejas caer tu pamela, tierra, mar o aire, como
también eres la reina de cualquier corazón que ose mirarte sin la protección
lunar adecuada. Porque tu luz es luz nocturna, luz de constelación, luz
purísima de luna nueva. Así te veo yo desde aquellos años del amor y del
cólera. Siempre tuyo. Antonio