20 de julio de 2012
LA PAGA DEL 18 DE JULIO
A un servidor lo que más le gusta del verano es la paga del 18 de julio. Después, en orden de preferencia, confieso que una buena escolanía de hetairas playeras, con sus tangas a la altura de las circunstancias, me parecería un hermoso paisaje para sofocar los atardeceres de la vejez. Otras consolaciones, salvo que se trate de un buen gazpacho, se me antojan secundarias o, simplemente, fuera de cobertura. Pues bien, recuerdo que mi padre, funcionario de Correos y Telégrafos, cuando llegaba el 18 de julio, nos llevaba a todos a misa para dar gracias por haber cobrado la paga extraordinaria y, sobre todo, por haber ganado la guerra. Porque mi padre era franquista y ganó la guerra y era funcionario y, que yo sepa, nunca le quitaron la paga. Se conoce que Franco no gastaba más de lo que recaudaba y ese era el secreto de que, cada 18 de julio, mi padre percibiera su paga y nosotros sus hijos fuéramos a misa.
Todos sabemos que muchos padres de los socialistas actuales fueron muy felices con Franco, pero sus vástagos, muy demócratas ellos, no aprendieron de sus mayores que no se debe gastar más de lo que se ingresa, y que pedir dinero prestado implica someterse a las reglas de los acreedores. Sin ir más lejos, el Gobierno de Zapatero no sólo se gastó el superávit que dejó en las arcas el Gobierno de Aznar, sino que aprobó con sus cómplices parlamentarios unos presupuestos imposibles, gastó un infinito más allá de lo económicamente razonable y dejó la deuda pública, habiéndola encontrado en un 35%, nada menos que en el 80% del PIB. Incluso, en el último año de su segunda legislatura, Zapatero se gastó noventa mil millones de euros más de lo presupuestado. Naturalmente, el dinero despilfarrado nos lo ha tenido que prestar esa cosa tan terrible que llaman los “mercados”. Y ahora la izquierda en general arremete ideológicamente contra ellos por sus exigencias y condiciones de cobro. Y es que la izquierda española sólo está acostumbrada a pedir y a no pagar, a gastar a manos llenas y sin preocuparse de dónde carajo viene el dinero, como si fuera maná que cayera del cielo.
O sea que dejan al Estado con un déficit de casi un 9% y todavía exigen, desde la oposición, que el Gobierno tome medidas para estimular el crecimiento económico. La palabra “crecimiento” es ahora otro de los vocablos que se han convertido en puro talismán para la izquierda. Por cierto, ¿es que hay alguna medida más eficaz para el crecimiento económico que la reducción del déficit público? Con un déficit tan alto como el que estos inútiles nos han dejado, la economía, por muchos estímulos que uno quiera disponer, no crecerá jamás. ¡Jamás! En este momento, lo necesario e ineludible es reducir masivamente el gasto público para que la deuda no aumente, el déficit baje y los mercados se tranquilicen sus exigencias porque estén seguros de que les vamos a devolver su dinero. Y, sobre todo, para que el crédito, que ahora fluye masivamente hacia las arcas vacías del Estado, cambie su rumbo y se dirija de nuevo hacia las empresas creadoras de riqueza y, por lo tanto, de empleo.
Perdonen ustedes, pero me jode enormemente escribir obviedades como las de hoy. No me sienta bien ponerme tan serio. No es mi estilo. Pero estoy harto ya de tanta mandanga y de tanta cara dura y de tanto cinismo como el que exhiben estos socialistas de tres al cuarto, únicos responsables, junto a toda esa ralea de nacionalistas, de la quiebra económica del Estado, de las empresas españolas, de las Cajas de Ahorro, del prestigio del Banco de España e incluso, si se investigara en profundidad, del hundimiento del Titanic. Me apuesto lo que quieran.
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