UN PAIS PARA VIEJOS
Mis años jóvenes fueron castañas pilongas y una perra gorda de regaliz. Pero al menos teníamos por delante todo un país por hacer, es decir, un futuro que llevarse a la boca. Los jóvenes de ahora sólo disponen de una tierra que se cuartea lentamente, quiebra a quiebra, y que para colmo se la han llevado a galeras con los grilletes de unos impuestos intolerables. El otro día, en el Congreso, Rajoy dejó claro que España está en la ruina y para mí que lo que vino a decir fue aquello tan socorrido de los niños y las mujeres primero. En realidad, empezamos a sentir igual que nuestros bisabuelos cuando la pérdida de Cuba y las Filipinas, pero esta vez sin el coñazo de la Generación del 98, lo que no deja de ser un alivio. Sólo nos faltaría volver a vivir el suicidio de Ganivet, las novelas neblinosas de Unamuno, las arengas sobre la hispanidad de Maeztu y por ahí todo seguido hasta el marxismo millonario de Jaime Roures y sus mariachis de papel.
Quiero decir que este es un país sólo para viejos. Los jóvenes tienen pocas opciones de supervivencia, a no ser, claro está, que aprendan de nuevo el oficio de leer a Kerouac, hacerse hippy y lanzarse a la carretera en el autobús de Neal Cassady y Tom Woolf. Un oficio, por cierto, que aumentó el PIB nacional de los sesenta a base de fabricar, entre porro y porro, collares, pendientes, pulseras y otras bisuterías para adornos de burguesitas progres y sus puestas de largo en el casino de papá.
Claro que también habrá jóvenes que prefieran ir de maletillas, como el Cordobés, Miguelín y tantos otros de aquel tiempo, que luego hicieron las Américas y se compraron un “Mercedes” con la finca y la hipoteca del Banco Pastor. Sin hablar ya de aquel sector nacional del boxeo, que era como la meca del pobre y donde te daban unas hostias por mil pesetas y un bocadillo de calamares. Aunque, si eras bueno con los puños, podías salir en el NODO, como Pepe Legrá, Fred Galiana y Luis Folledo, entre otros héroes del cuadrilátero o del cuplé, que vienen a ser lo mismo.
Aquella España pobre de Franco tiene mucho que enseñar a esta democracia arruinada de ahora, rota y alcoholizada por los vinos caros y las hipotecas subprime. No es por nada, pero me parece que es el momento de mirar atrás y hacer justicia a nuestros abuelos y, sobre todo, de aprender a sobrevivir como ellos, incluso haciendo las maletas, en plan Alfredo Landa, para huir de este páramo cuajado de liberados sindicales, políticos millonarios y chóferes colgados a cuenta del bolsillo nacional. Un país con una izquierda millonaria y una derecha arruinada, como le pasa a España, no puede ser habitable. Va contra natura.
De modo que mi propuesta es volver a la España antigua de Gutiérrez Solana, los titiriteros, el nacional catolicismo y, sobre todo, a la España eterna de los marqueses limosneros y los tullidos de guerra. Una lástima que Berlanga y Azcona hayan muerto, ya que entre los dos podrían mostrar a nuestros jóvenes cuáles son los caminos obscuros de la supervivencia y la gloria nacional.
Yo por mi parte espero que lo cotizado en estos años me sea reintegrado en forma de pensión. Porque en cuanto me jubile pienso encender el brasero y leer a Baroja, sentado a la camilla, con la boina puesta, las zapatillas a cuadros y fumando Caldo de Gallina. En realidad, uno quiere ser Pla, tener la misma mala leche, beber vino del país y decir, como él solía, que España no tiene remedio ni futuro ni dinero ni las putas son ya como las de antes. ¡Ay, aquella Margot de la copla!
11 de febrero de 2012
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