Vistas de página en total

11 de febrero de 2012

Miércoles
8 de febrero del 2012-02-08
Diario

Frío y viento. Hay escritores que me caen especialmente bien, sobre todo si están muertos. De vez en cuando me gusta volver a ellos, como cualquier hijo pródigo. Hoy, por ejemplo, recupero a Josep Pla. Elijo, como casi siempre, “El cuaderno gris”, uno de los libros de cabecera de mi vida y que habré leído al menos media docena de veces.
Me gusta constatar una y otra vez que el estilo literario de Pla consiste en no tener estilo. Pla escribe tal que si escribiera una carta a un amigo, a la novia, a la madre o a sí mismo. Incluso puede parecer que Pla no sabe escribir. Claro que, según él, su única preocupación estilística, como recuerdo que le dijo a Soler Serrano en aquella entrevista memorable, son los adjetivos. Lo mismo hubiera podido decir de los verbos, pero no lo dijo. No obstante, uno no le admira por los adjetivos, sino por la profunda y difícil sencillez de su escritura. En mi opinión, Pla trata de escribir como un payés ilustrado, pero como un payés, al fin y al cabo.
Curiosamente, por las fotografías de la época, he observado que Pla mantiene desde su juventud una cierta preocupación por ir bien vestido. Y sí, hay alguna elegancia en sus maneras, y hasta es posible que de su persona se desprenda un ligero halo de dandismo. Incluso en uno de los retratos veo que lleva bombín. Probablemente, se trata de cuando él estuvo de corresponsal en Londres. Claro que, más tarde, a medida que pasan los años, su vestimenta evoluciona lentamente hasta coincidir con el estilo sobrio y despreocupado del payés. Demasiado despreocupado para mí gusto. Alguien debería estudiar la evolución de la obra de Pla según el proceso degenerativo de su vestuario. Desde el bombín inglés a la boina de sus últimos años.
Pero además de su estilo sin estilo, lo que más me llama la atención en Pla es su obsesión casi enfermiza por la realidad. Y eso que la realidad, como se sabe, lleva en entredicho, filosóficamente hablando, desde los tiempos de Berkeley; y ahora, con la física cuántica, no digamos a los niveles de incredulidad que científicamente se ha llegado.
Personalmente, confieso que en Literatura hay épocas en que valoro mucho más la imaginación creadora, aunque luego vuelvo como el hijo pródigo al hogar caliente y seguro de la realidad. La realidad abriga más de lo que imaginamos. No quiero decir que Pla sea un escritor realista del estilo de Galdós, Valera, Baroja y todos esos, sino que la realidad para él es algo así como la argamasa a la que insuflar el hálito personal hasta conseguir de ella un cariz tan imaginativo como el de cualquiera. Pla es un escéptico total, pero al contrario que todos los escépticos, paradójicamente cree en la realidad. La realidad es su única religión y a ella se entrega con todos sus sentidos, como un sacerdote, como un mártir, consagrándola en el altar literario de las palabras en general y de los adjetivos en particular.
Pues bien, cuando anoche abrí, por enésima vez, “El cuaderno gris”, no empecé por el primer día del diario, sino que me entregué al azar de las páginas. Casualmente, me salió el pasaje referente al 23 de diciembre. No me lo podía creer. La verdad es que yo recuerdo siempre esta parte del diario con un cariño especial, y al leerla de nuevo sentí lo mismo que otras veces. Yo creo que en estas pocas líneas, Pla resume su propio temperamento, su propia manera de sentir la vida y de vivirla. Aquí Pla se simplifica a sí mismo en apenas media docena de frases. Hay una que dice: “Es objetivamente desagradable no sentir ninguna ilusión –ni la ilusión de las mujeres, ni la del dinero, ni la de llegar a ser alguien en la vida--, nada más sentir esta secreta y diabólica manía de escribir (con tan poco resultado) a la cual sacrifico todo, a la cual, probablemente, sacrificaré todo en la vida”. Así era Pla. Todo un sabio para los que estaban de acuerdo con él. Para mí también era un sabio, aunque un sabio demasiado pesimista y algo gruñón, que, si bien se mira, es la manera más sabia de parecer sabio. No en vano, a los optimistas siempre se les ha puesto en cuarentena y en el fondo da la impresión de que no son de fiar. La mayoría de las veces, como decía Ciorán, se es optimista a costa de los demás. Pla era un pesimista genial y, sobre todo, un agudísimo y entrañable cascarrabias. Uno de esos catalanes que merecen la pena. Ya lo creo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario