OVIDIO
Diario
Marbella, 12 de noviembre
Un
día soleado. Trabajo toda la mañana. A la una y media doy un paseo hasta el
faro, como en la novela de Virginia Woolf. Compro el periódico por ver si trae
alguna otra foto de Melania Trump. Por fin la Casa Blanca, después de casi tres
siglos, se ilumina con la belleza de la mujer. ¿Una “femme fatale” de la política? Daría cualquier
cosa porque así fuera.
Almuerzo
con los Dalton en el “Hogar del Pescador”. Hablamos acerca de la película de
anoche en televisión: “Eyes Wade Shut”, de Stanley Kubrick. Ellos también la
vieron. Como no está Dora Malengo, qué más quisiera yo, me decido por preguntar
a Liza Dalton lo mismo que pregunta aquel playboy del baile, Sky du Mont, a Nicole
Kidman: ¿Has leído, del poeta latino Ovidio, “El arte de amar”? Pienso que con
una pregunta así se podría conquistar a todo un firmamento de mujeres. Pero me
equivoco. Liza Dalton ni lo ha leído ni le interesan los poetas latinos ni sabe
de qué va la vaina. Claro que tampoco Paul, su marido, consigue apelar a su erudición.
Hace tiempo que he llegado a la conclusión de que todos los maridos se parecen.
Igual que los chinos.
Sin
embargo pongo sobre la mesa el mensaje de la película de Kubrick. Si bien
primero trato de defender la importancia del autor de la historia, Arthur
Schnitzler, un novelista austríaco. Su obra se titula “Relato soñado”, y en
ella se inspira Kubrick para rodar la película. Pero reconozco que me gusta más la versión
del cineasta, mucho más inteligente, aunque no tenga en su haber la imaginación creativa. La originalidad.
¿De
qué estamos hablando? Obviamente del sexo en su versión más tentadora, es
decir, del sexo furtivo, adulterino, aventurero y, por supuesto, peligroso
hasta límites insospechados. Como en el caso del personaje masculino, hay que
tener suerte para salir ileso de caer en tentación. También ella
es compensada y tentada en sueños. Y es que el placer aumenta con la
prohibición y el peligro. De ahí su atractivo.
Duermo
la siesta hasta las seis de la tarde. Vuelvo al trabajo. A las diez suena el
teléfono. Es mi amigo José Antonio de Guzmán. Me invita a cenar en “Los Bandidos”,
un restaurante de Puerto Banús. Acepto encantado. Pero no me advierte que viene
con dos mujeres colgadas del brazo. Una se llama Lili y la otra Fini. A mí me
presenta como Roberto de Montesquiou. Tengo que hacer un esfuerzo titánico para
aguantar la risa. Lili es una rubia de peluquería de barrio, el pelo corto y ralo y las orejas
de soplillo. Lleva un vestido rosa que le deja los brazos al descubierto, pero
me parecen tan delgados y fibrosos como los de una reina. Yo los prefiero algo
más reborondos y descolgados. En cambio Fini es morena, de más encarnadura, y si
no tuviera los ojos tan separados y la nariz tan chata se la podría
considerársela como una mujer guapa. Pero no lo es. Fini es el amor momentáneo y
circunstancial de José Antonio.
Nunca
me lo perdonaré, pero caigo en la tentación de probar con Lili la eficacia de la frase . Me refiero a la frase de Sky du Mont a Nicole Kidman.
--¿Has
leído, del poeta latino Ovidio, “El arte de amar”?
--José
Antonio, a ver si resulta que tu amigo es un pervertido.
--Roberto,
¿qué les ha dicho?
--Sólo
le he preguntado si ha leído el “Ars amandi”.
--Lo
siento mucho, pero tenéis que perdonar a mi amigo, no en vano es de origen
francés y ya se sabe cómo son los franceses.
--Pues
la verdad es que para ser francés no tiene mucho acento –dice Fini, tratando de
arrugar una nariz que casi no tiene.
O sea
que me obligan a pedir perdón por no tener acento francés y, sobre todo, por lo
de Ovidio y su arte amatoria. Así que José
Antonio cambia el rumbo y nos habla de la elección de Donald Trump. Excepto yo,
todos se sienten indignados, como si los americanos hubieran bailado sobre las tumbas de sus muertos. A poco me expulsan del cónclave cuando les digo que los excesos de
Trump, si es que llegara a cometerlos, me servirían de entretenimiento. La vida
es demasiado aburrida para despreciar a un personaje de tan alto voltaje.
--Ni
gato ni perro de aquella color, como decía Quevedo --interviene José Antonio,
siempre tan erudito y oportuno en cualquier materia que se discuta.
Creo
que no se esfuerzan por comprenderme. ¿Pero qué importancia tiene que la
política americana se precipite ahora en el “fauvismo”? En todo caso, siempre
nos quedaría Melania. ¿Habrá leído esta
chica, del poeta latino Ovidio, “El arte de amar”? Me gustaría preguntárselo
algún día. Lo que no sé es si ella concedería tal honor a un tipo que ni
siquiera ha llegado a presidente de una comunidad de vecinos. Y es que los lectores
de Ovidio nunca tuvimos demasiada suerte con las mujeres.