Esta mañana he padecido
varios ataques de ansiedad acompañados de sudoración sofocante, náuseas y malestar
general.
Duermo media hora, desde las
doce y media hasta la una. Me despierto más entonado. Sigo leyendo “Betty la
negra”, novela policiaca de Walter Mosley. Me gustan en general los escritores
americanos. No son tan pretenciosos como los europeos. En mi opinión, Los Ángeles
es la ciudad más literaria del mundo.
El portero me sube la
correspondencia atrasada. En su mayoría son cartas del banco. Si esperase de
ellas un cierto estilo literario las abriría con más diligencia.
Es muy probable que esta
semana vaya al Thyssen para ver la exposición de Munch. Me pregunto si “El
grito” no es el cuadro más feo de la historia de la pintura. Sin embargo, es la
representación más fidedigna de una humanidad aterrorizada ante el espejo.
Me cuesta escribir más que
nunca. Así que me refugio en estas líneas sin importancia.
Tomo el aperitivo en la
terraza del Gijón, caña y pulga de ensaladilla, y después almuerzo en Casa Salvador.
Lentejas estofadas y su famosa merluza. Té verde de postre. Tengo entendido que
esta clase de té alcaliniza la sangre y evita por ende las enfermedades. No obstante
me dicen que el mejor alcalinizador es el Bicarbonato de toda la vida. Deberíamos
recuperar la sabiduría medicinal de los antiguos.
Doy una vuelta por la calle
mayor, Mercado de San Miguel, Tirso de Molina, Plaza de Santa Ana y de paso entro
en una de las librerías de la calle del Príncipe. Me desmoraliza el hecho de no
encontrar ninguno de mis libros, algo habitual si exceptuamos las librerías de
Espasa Calpe y, por supuesto, Amazón, que lo tiene casi todo.
Me sumerjo en los sótanos de El Corte Inglés, ese Vaticano de la Plaza del Callao para
comprar una maquinilla y jabón de afeitar. Por diecinueve euros me llevo un
“kit” barbero de lo más completo. Me dicen que eso del “kit” parece estar muy de moda
entre los cursis.
Cuando salgo me fijo en que
hay un cartel anunciando que Lorenzo Silva va a mostrar al mundo los entresijos
de la cocina del escritor. Este hombre est
á en todas partes. Me pregunto si sus infinitas apariciones
le deja tiempo para escribir. A no ser que tenga un negro.
Después de cenar veo por
televisión “El crepúsculo de los dioses”, de Billy Wilder, que en mi opinión es
la película más aburrida de toda su filmografía. Qué insulso parece William
Holden al lado de Gloria Swanson. Desde luego su mejor escena es aquella en que
aparece muerto en la piscina. Está de cine.
Una vez en la cama leo el
diario de André Gide y me sorprende el desprecio que siente por Proust. En realidad
le llama oportunista y manipulador. Claro que se debería tener en cuanta que
Gide rechazó el primer manuscrito de la Recherche, un hecho que lo ha cubierto
de gloria para la posteridad. De ahí que ese sentimiento de culpa se transforme
inconscientemente en un odio solapado hacia Proust. Un mecanismo psicológico de
lo más frecuente en los seres humanos. Sin embargo, el diario es magnífico, de los
mejores que he leído. Hemos de reconocer que los escritores franceses tienen
una magia especial para este género. También los ingleses. Lo digo sobre todo
por el diario de Virginia Woolf, una verdadera obra maestra. Decido apagar la
luz porque me oigo roncar mientras leo. Espero no ser el único mortal que oiga sus propios ronquidos.
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