¿Y dice usted que a Hemingway
no le gustaban los cuentos de O. Henry? La verdad es que no me extraña en
absoluto. Ese tipo siempre fue un verdadero animal de tiro. Habría desarrollado
un trabajo genial delante de una carreta. Creerá que un día se atrevió a decir
de mí que era la reina de los retretes. El muy cretino. No es que me importe
demasiado, ya que los insultos afectan según de qué gente provengan, y para mí,
Hemingway, es uno de los peores escritores de la literatura americana, además
de una mala persona, casi tan ruin como Gore Vidal. No es que uno sea el mejor
tipo del mundo, ni mucho menos, ya que de mí se ha dicho que escribía mojando
la pluma en veneno, algo absolutamente cierto, pero mi prosa llegó a
adquirir una calidad literaria que esos dos chupatintas jamás llegaron a conseguir
¿Ha leído “A sangre fría”? Desde mi punto de vista,
aunque resulte sin duda un punto de vista algo parcial, le diré que es la
novela más perfecta que jamás se haya escrito. Por lo menos está a la altura de
cualquiera de las de Flaubert. ¿Le resulta exagerada la comparación? Puede ser,
pero no creo que esa novela haya sido superada por ninguna otra hasta la fecha.
Y en lo que se refiere a mis cuentos, le diré que casi todos están en la línea marcada
por O. Henry. ¿No se ha fijado? Me refiero a que la mayoría suelen acabar con
uno de esos finales sorprendentes que tanto le gustaban al maestro. En la
actualidad, tan sólo los relatos de Roald Dahl, ¿los ha leído?, pueden
compararse tanto a los de O. Henry como a los míos. Naturalmente, también los
de Raymond Carver brillan a gran altura, pero sus finales no se parecen a los
nuestros. Quiero decir que son tan planos como canchas de baloncesto, aunque he
de reconocer que tienen su buena carga de profundidad y arrastran toda clase de
sinsabores humanos.
Por
cierto, ¿sabe usted que Roald Dahl se casó con Patricia Neal. Sí en efecto. Una
extraña pareja si bien se mira. En mi opinión, ella y Geraldine Page han sido las
dos actrices más grandes de Hollywood. No tenga ninguna duda. Otra cosa es lo
que hayan dicho esos analfabetos de productores que manejan los hilos de la
industria. A Patricia la conocí en el rodaje de “Desayuno con diamantes”, una
verdadera pécora fuera del plató, pero sublime cuando se olvidaba de sí misma y
se ponía delante de una cámara. ¿La ha vito usted en “El Manantial”? ¿No le
pareció una verdadera diosa? Hasta Gary Cooper queda difuminado en la pantalla
cuando ella aparece. Desde luego, en el caso de “Desayuno con diamantes”, su
presencia es lo único que salva un poco la película. Todo lo demás es una pura
patraña. Maldita sea, ¿pero cómo es posible que para el papel de Holly Golightly
eligieran a una pánfila como Audrey Hepburn? ¿Me pregunto cómo se les pudo
ocurrir semejante sacrilegio? Se lo dije a Blake Edwards cuando me enteré del reparto.
Por mi madre, Blaky, ¿es que no te das cuenta de que Holly es una puta? ¿Y quién
con dos dedos de frente puede asociar a cualquiera de las Hepburn con una puta?
Así se lo solté, sin más preámbulos. Entonces
Blaky me preguntó a qué actriz habría elegido yo para ese papel. Naturalmente,
le contesté que a Marilyn Monroe, sin ninguna duda. Naturalmente, él me
contestó que prefería que le saliera un enorme absceso en el culo antes que
trabajar con ella. O sea que la suerte ya estaba echada y así salió el engendro
que salió. ¿Se acuerda del final de la película? Me refiero a la escena del gatito perdido. En mi vida he visto una cosa tan edulcorada y lacrimógena. Se trata sin
duda de una secuencia rodada para señoras con la única misión en la vida de comer
tortitas con sirope. Nada que ver con mi novela.
Oh,
no, ahora no quiero hablar de “A sangre fría”. Bueno, ni ahora ni nunca. Creo
que ya he dicho lo suficiente acerca de esa novela. Le confieso que para mí es muy
doloroso volver sobre aquellos sucesos. Excuso decirle que después de seis años
de trabajo durísimo por mi parte, necesité otro año más para recuperarme
físicamente, porque en cuanto a mi espíritu le juro que sólo después de muerto
he logrado superarlo. Aquella experiencia me dejó el alma marcada para siempre,
como con un hierro al rojo vivo. Eso sí, con la novela gané unos cinco millones
de dólares después de impuestos, además de un considerable prestigio mundial. Y
sí, en efecto, la cosa me dio para organizar aquella fiesta en el Plaza. La
fiesta del siglo, como muchos la han considerado. Y le aseguro que si al
principio fue un título excesivamente pretencioso, a estas alturas de la
historia me parece de una exactitud fuera de toda duda. Como bien sabe, la fiesta
la organicé en honor de Katharine Graham, la dueña del “The Washington Post”,
aunque ya sabemos que lo de Kate fue meramente una excusa para disimular mi
verdadera intención, es decir, homenajearme a mí mismo. ¿Qué mejor motivo podía
haber? Al fin y al cabo la fiesta me salió, en números redondos, por cien mil
dólares de aquella época. Y le aseguro que de la factura no pude desgravar ni
un jodido céntimo. Muchos dijeron todo lo contrario, pero no es verdad. De
ninguna manera.
A tenor
del éxito obtenido por “A sangre fría”, las revistas empezaron a pagarme unos
veinte mil dólares por cada relato que les mandaba. Una exageración, es verdad,
pero así es la vida. Y aunque tenía dinero para gastar a manos llenas, que fue lo
que hice, no podría decir que fuera rigurosamente rico. Siempre he dicho que si
uno no tiene quinientos millones de dólares listos para gastar en cualquier
momento, no puede atribuirse el apelativo de rico. Como mucho se podría decir
que se tiene un buen pasar. No obstante, en lo que sí era exageradamente un
verdadero privilegiado era en la cantidad de amistades que acumulé en poco
tiempo. Lo cierto es que conocía a casi todo el mundo que merecía la pena
conocerse. Digamos que cualquier restaurante de postín consideraba un honor que
yo fuera uno de sus clientes habituales. Para mí y mis amigos siempre había una
mesa reservada en el mejor sitio del mejor establecimiento de la ciudad. Reconozco
que era un privilegiado.
Naturalmente,
todo se vino abajo cuando la revista “Esquire” comenzó a publicar los capítulos
de mi libro “Plegarias atendidas”. La verdad es que se preparó un escándalo de
dimensiones estratosféricas. Ni se imagina usted la tinta que se vertió por
todo aquel terremoto que provoqué. A parte del río de lágrimas que corrió por
el caudal millonario de la Quinta Avenida. Pues bien, como suele suceder, unos estuvieron
a mi favor y otros en contra. Pero lo más trágico fue que mis mejores amigos me
dieron la espalda, no comprendieron mis verdaderas intenciones y, desde ese
mismo momento, me condenaron a un ostracismo total. Sin duda, la pérdida que
más sentí fue la de mi amiga Babe Paley, una delicia de mujer, toda una señora,
un verdadero ángel y, sin duda alguna, la elegancia personificada. Le juro que todo
lo que venenosamente escribí contra su marido fue en el fondo para defenderla a
ella. Sin embargo, prefirió preservar el honor familiar a seguir con nuestra amistad. Nunca
más volvimos a ser amigos. Le juro que esa ruptura me abrió un verdadero cráter
en en mi alma. Aún llevo esa herida en este corazón de muerto que tengo.
También me afectó considerablemente que Slim Keith dejara de hablarme y tirara
nuestra amistad al cubo de la basura. Slim fue durante muchos años mi mejor cómplice en
materia de cotilleos de alto calado. Además era una de las mujeres más
interesantes y hermosas de Nueva York, tan elegante como Babe y con uno de esos
pasados que harían las delicias de cualquier biógrafo. Bueno, no tan
interesante como el de Anne Woodward, claro está, una de las señoras que,
además de Jackie y Lee, las hermanas Bouvier, salen más perjudicadas en el
libro. Incluso le llamo asesina casi con todas las letras, porque si bien fue
considerada inocente por la justicia americana, no tengo ninguna duda de que
ella matara a su marido no por error, como alegó en el juicio, sino con nocturnidad,
premeditación y alevosía. La verdad es que quise vengarme de ella porque una
vez, creo que fue veraneando en Baden Baden, se atrevió, delante de todo el mundo, a llamarme nada menos
que marica. Y le aseguro, amigo mío, que yo no soy ningún marica,
sino maricón, con todas las letras, que es cosa muy distinta.
El
caso es que desde la publicación de esos capítulos de “Plegarias atendidas”,
sobre todo a causa del que se titula “La Côte Basque”, empecé a recibir
presiones muy fuertes por parte de todo el mundo y, por supuesto, a sufrir toda
clase de decepciones, como fueron los casos de Babe y de Slim. Esa fue la razón
de que uno intensificara la ingesta de alcohol y de toda clase de
estupefacientes, marihuana, cocaína y por ahí todo seguido hasta el agotamiento
final. ¿Sabe usted que expiré en los brazos de Joanne Carson, en su casa de
Palm Spring? Joanne era muy amiga mía. De las pocas personas que al final me
fueron fieles. Un encanto de mujer y un ejemplar excelente de ser humano.
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