El GATOPARDO
Diario 17 de agosto de 2015
Ayer fue mi cumpleaños. Tuvimos cena y baile. Notables ausencias y memorables presencias. Miro los escotes femeninos y ni un atisbo de lujuria. Echo de menos algunas felicitaciones, sobre todo la de Dora Malengo. ¿Dónde estás querida Dora? No tengo más remedio que bailar “Cachita” con Mrs. Robinson. Un par de copas de champán. Tal vez, cuatro. Más tarde, en la cama, sobre las tres y media, me duelen las piernas. Pienso en el Ibuprofeno efervescente, pero me da pereza levantarme. Tardo en dormirme. Doy vueltas y vueltas. Al final he debido dormir algo así como unas cuatro horas. No sabría decirles.
Me
levanto a las nueve en punto. Hace frío. Actividad habitual para un estado
imperfecto de revista. A las diez, en mi cuarto de trabajo, comienzo la jornada
con la “Pavana para una infanta difunta”. Hay que tener mucho cuidado con la música
que inaugura el nuevo día laboral. La Pavana es triste y pensada para un funeral,
pero es como un bálsamo y el alma lo agradece. Predispone a la quietud de los
sentidos y a ese estado emocional en que brotan las palabras.
Termino
las correcciones de “La alegría de los días romanos”. Mañana iré a Zamora para
encuadernar el manuscrito y solicitar la propiedad intelectual en la Delegación
de la Consejería de Cultura.
Tengo
un par de ideas para una nueva novela, pero no acabo de decidirme. Empiezo a padecer
un terrible sarpullido de verdadera pereza. De momento prefiero aferrarme a
este diario.
Leo
a Proust con la parsimonia adecuada. La justa para que el principio de cada
frase, al llegar a su término, no se me pierda en la memoria. Marcel pasa unos
días con su abuela en el Grand Hotel de Balbec y, por fin, está a punto de
conocer a Albertina, una de las muchachas en flor. Lo sé porque es la tercera
vez que leo esta obra, la más hermosa de todas las novelas que jamás se hayan
escrito. Algunos prefieren la obra de Kafka. Pero me inclino más por la
exquisita y excesiva sensibilidad de Proust. La "Recherche” es la obra que
prueba definitivamente a los buenos lectores. Les recomiendo, amigos míos, que
la lean con el corazón, muy despacio, interiorizando el estado febril con que
ha sido escrita. Mi consejo es que, antes de atreverse con ella, se ponga el
alma en paz escuchando la ya citada “Pavana” o, mucho mejor, si se trata de la
“Sonata en re menor” de Saint-Saëns. Resulta que detrás de la famosa “petite phrase”
del imaginario Vinteuil, se encuentra esta sonata para violín y piano. Al menos
es lo que dice Ghislan de Diesbach en su espléndida biografía del escritor. En
cambio, otros conocedores de los secretos de “La Recherche” afirman que detrás
del nombre imaginario de Vinteuil y su famosa sonata, se esconden los nombres
de Debussy, César Franck y Gabriel Fauré.
Pues
bien, dejemos a los eruditos en su elemento y vayamos a lo nuestro. Por ejemplo,
ya se imaginarán que el consumo de las sobras de ayer ha resultado obligatorio
en el almuerzo de hoy. Pero aclaremos la diferencia entre sobras y restos. Las
sobras son los alimentos que quedaron en las fuentes; los restos, por el contrario,
son los que los comensales, voluntariamente, han dejado en los platos. La
ensaladilla estaba espléndida y primoroso el solomillo con ciruelas. Me decidí
por un “San Román”, un excelente tinto de Toro.
La
siesta del fauno. Más de una hora dormido en la butaca. Mientras, en la
televisi
ón, los animales se despedazan unos a otros.
A mí esto de la naturaleza me parece un espectáculo excesivo y de lo más
desagradable. No obstante, aprecio su potente efecto narcótico.
Para que me entiendan, al único perro que soporto es al de “Las meninas”. Claro
que me llevo mucho mejor con el de Picasso, que no es tan perro como lo pintan.
A
las seis, disfruto de una gran película. Se trata de "El Gatopardo", adaptación de la
novela de Lampedusa. Una obra maestra del inconmensurable Luchino Visconti.
Puede que ustedes no estén de acuerdo pero, en mi opinión, Visconti es al cine
lo que Wagner a la música. Sublime el personaje del príncipe Salinas,
magníficamente interpretado por Burt Lancaster, tanto en su intempestiva
iracundia como en la inteligencia de sus conjeturas políticas. Si no hubiera
aceptado ese baile con la bellísima Cardinale, tal vez se le habría podido considerar
como prototipo genuino del dandi. Cuántas reputaciones se han visto oscurecidas
por sucumbir bajo tan imperdonable actividad. Sin embargo, hemos de juzgar como
excelsa la forma de bailar ese vals por parte del actor americano. No me
extraña que Visconti lo tuviera como uno de sus actores preferidos. En cambio,
discrepo con el maestro en otra de sus preferencias: Helmut Berger. No lo
soporto. Claro que es mucho más deprimente, en cuanto a la interpretación se
refiere, resulta ese muchacho francés, Alain Delón, otro de sus iconos. No obstante, todos
sabemos el intenso cariz sexual que solían impregnar las elecciones artísticas
de Visconti. Por el contrario, estoy completamente de acuerdo en la elección de
Dirk Bogarde interpretando el papel del profesor
Aschembach en "Muerte en Venecia". Naturalmente, son opiniones muy personales que ustedes, si les parece,
no tienen por qué tener en cuenta. Faltaría más.
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