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13 de septiembre de 2014

WINDHAM LEWIS


San Marcial, 12 de septiembre del 2012
DIARIO

Me he pasado la semana descansando de la boda de mi sobrino en Bilbao. Así que me he dedicado a dormir un par de siestas diarias y a leer, en el tiempo libre que me quedaba, todo lo que tenía atrasado y de paso dar un buen acelerón al libro de Hemingway, segunda parte, que ya me tiene hasta las carrilleras y esperemos a ver si aguanto el envite, que me parece que no. Así que por las noches he vuelto un rato sobre la poesía de Ezra Pound y otro rato de seguido a la de T. S. Eliot, que a mí son los poetas que me dicen algo por la sencilla razón de que no son cursis ni escriben bonito ni en papel rosa y perfumado y hasta parece que no quieren ser poetas por todos los suspiros que han dejado atrás, pues hay quien hasta vomita por el efecto besucón y dulzón sobre la piel de las margaritas y otras lindezas en verso.
Quiero decir que yo estaba equivocado, ya lo creo, y ahora me toca cantar la palinodia, pero no muy a las claras, naturalmente, por no dar armas ni pistas al enemigo, que voy siendo mayor y ya se sabe por dónde es más sabio el diablo y toda su corte multinacional de fieles e infieles. Me refiero a que he descubierto, no hace tanto, por cierto, una nueva música, y ahora sé que se acabaron para mí los leves suspiros y el ser turbado por los vientos al atardecer y también que se acabaron los estremecimientos, cogidos de las manos, a la luz de la luna, mientras voy por el jersey porque hiela y se me cae la moquita.
O sea que doy a la familia mis condolencias más sentidas en “El entierro de los muertos”, y me alegra enterarme de que abril es el mes más cruel, así que leo buena parte de la noche, y en invierno me voy hacia el sur. Pues bien, reconozco que anoche estuve mal de los nervios, y para mí que la culpa fue del viento, que ululaba sin cesar bajo la puerta y me inquietaba su canto. No puedo dormir y salto de la cama y en polainas salgo del cuarto en busca de una novela. A bote pronto, encuentro una de Windham Lewis. ¡Qué casualidad! Solo nos falta James Joyce para formar un cuarteto de cuerda, viento y percusión. La novela se titula “Estallidos y bombardeos”. Magníficos los dos prólogos, tanto el de Juan Bonilla como el de Yolanda Morató, que además traduce el libro primorosamente.
Me alegra de que el azar me haya llevado hasta Lewis, se lo juro, si es que el azar existe, claro está, aunque siempre he pensado que lo llamamos azar porque no conocemos sus leyes. Y digo que me alegro porque Lewis fue uno de los pocos que se atrevieron a desenmascarar a Hemingway. Si bien es verdad que Lewis mojaba la pluma en veneno y muy pocos, pero que muy pocos, fueron los que pudieron esquivar su esgrima ágil, certera y de lo más mortífera.
Creo que fue Silvia Beach quien le dio a leer un cuento de Hemingway, “El invicto”, que trata de un torero acabado que consigue torear en Madrid tras los payasos de una charlotada. El cuento es previsible y aburrido y espeso como el solo. Así que Lewis escribe un artículo que titula “El buey bobo” y lo pone como no digan dueñas. Hemingway, desde luego, no se lo perdonó en la vida, y, en uno de sus libros, “París era una fiesta”, arremete contra él con toda su mala baba, que era mucha y bien teñida de resentimiento. Téngase en cuenta que Hemingway escribió esta obra en 1958, algo así como unos treinta y cinco años después de que Lewis escribiera su artículo y justamente un año después de su muerte. De la muerte de Lewis, claro. Para mí que Hemingway no tuvo huevos de responderle antes, no fuera a ser que lo recosiera a balazos y volviera a propinarle el repaso que se merecía.  
Tal como era de esperar, Hemingway no se quedó corto a la hora de lanzarle lindezas mientras bailaba sobre su tumba. Entre otras cosas dijo de él que su cara le recordaba a la de una rana cualquiera y que París era una charca que le venía muy ancha. También dijo que nunca había conocido a un tipo tan repelente y que sus ojos le parecían los ojos de un violador fracasado. Tampoco es que Hemingway resultara muy imaginativo a la hora de insultar y ya sabemos que el insulto, en literatura, es como una filigrana sintáctica al alcance de muy pocos. En realidad, lo que se dice imaginación, Papá no la tuvo jamás, por mucho que digan de él sus incondicionales. Ni siquiera tuvo la suficiente como para transformar en arte la realidad que tenía delante de sus narices. Y me refiero a las tres grandes guerras que vivió y a las respectivas tres novelas que siguieron, un trío de engendros literarios que nunca debieron cruzar el Mississippi.  
Pero, en fin,  ahora estoy escribiendo de Windham Lewis, pintor y escritor y creador de un movimiento artístico llamado “Vorticismo”, supongo que por oponerse con todas sus fuerzas a Marinetti, auspiciador del “Futurismo” y precursor estético del fascismo mussoliniano y otros belicismos europeos. Una pena que Lewis aún sea un total desconocido para la mayoría de los lectores españoles. No obstante, les aseguro que no se arrepentirán, si no lo han leído, de ahuecarle un lugar especial en sus lecturas. Ya me contarán ustedes.




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