San Marcial, 12 de septiembre del 2012
DIARIO
Me he pasado la semana
descansando de la boda de mi sobrino en Bilbao. Así que me he dedicado a dormir
un par de siestas diarias y a leer, en el tiempo libre que me quedaba, todo lo
que tenía atrasado y de paso dar un buen acelerón al libro de Hemingway,
segunda parte, que ya me tiene hasta las carrilleras y esperemos a ver si aguanto el envite, que me parece que no. Así que por las noches he vuelto un rato sobre la poesía de Ezra
Pound y otro rato de seguido a la de T. S. Eliot, que a mí son los poetas que
me dicen algo por la sencilla razón de que no son cursis ni escriben bonito ni
en papel rosa y perfumado y hasta parece que no quieren ser poetas por todos los
suspiros que han dejado atrás, pues hay quien hasta vomita por el efecto besucón y dulzón sobre la piel de las margaritas y otras lindezas en verso.
Quiero decir que yo estaba
equivocado, ya lo creo, y ahora me toca cantar la palinodia, pero no muy a las
claras, naturalmente, por no dar armas ni pistas al enemigo, que voy siendo
mayor y ya se sabe por dónde es más sabio el diablo y toda su corte
multinacional de fieles e infieles. Me refiero a que he descubierto, no hace tanto, por cierto, una
nueva música, y ahora sé que se acabaron para mí los leves suspiros y el ser
turbado por los vientos al atardecer y también que se acabaron los
estremecimientos, cogidos de las manos, a la luz de la luna, mientras voy por
el jersey porque hiela y se me cae la moquita.
O sea que doy a la familia mis
condolencias más sentidas en “El entierro de los muertos”, y me alegra
enterarme de que abril es el mes más cruel, así que leo buena parte de la
noche, y en invierno me voy hacia el sur. Pues bien, reconozco que anoche estuve mal
de los nervios, y para mí que la culpa fue del viento, que ululaba sin cesar bajo la puerta y me inquietaba su canto. No puedo dormir y salto de la cama y en polainas salgo
del cuarto en busca de una novela. A bote pronto, encuentro una de Windham
Lewis. ¡Qué casualidad! Solo nos falta James Joyce para formar un cuarteto de
cuerda, viento y percusión. La novela se titula “Estallidos y bombardeos”.
Magníficos los dos prólogos, tanto el de Juan Bonilla como el de Yolanda
Morató, que además traduce el libro primorosamente.
Me alegra de que el azar me
haya llevado hasta Lewis, se lo juro, si es que el azar existe, claro está, aunque
siempre he pensado que lo llamamos azar porque no conocemos sus leyes. Y digo
que me alegro porque Lewis fue uno de los pocos que se atrevieron a
desenmascarar a Hemingway. Si bien es verdad que Lewis mojaba la pluma en
veneno y muy pocos, pero que muy pocos, fueron los que pudieron esquivar su
esgrima ágil, certera y de lo más mortífera.
Creo que fue Silvia Beach
quien le dio a leer un cuento de Hemingway, “El invicto”, que trata de un
torero acabado que consigue torear en Madrid tras los payasos de una
charlotada. El cuento es previsible y aburrido y espeso como el solo. Así que
Lewis escribe un artículo que titula “El buey bobo” y lo pone como no digan
dueñas. Hemingway, desde luego, no se lo perdonó en la vida, y, en uno de sus
libros, “París era una fiesta”, arremete contra él con toda su mala baba, que
era mucha y bien teñida de resentimiento. Téngase en cuenta que Hemingway
escribió esta obra en 1958, algo así como unos treinta y cinco años después de
que Lewis escribiera su artículo y justamente un año después de su muerte. De
la muerte de Lewis, claro. Para mí que Hemingway no tuvo huevos de responderle
antes, no fuera a ser que lo recosiera a balazos y volviera a propinarle el
repaso que se merecía.
Tal como era de esperar,
Hemingway no se quedó corto a la hora de lanzarle lindezas mientras bailaba sobre su tumba. Entre
otras cosas dijo de él que su cara le recordaba a la de una rana cualquiera y
que París era una charca que le venía muy ancha. También dijo que nunca había
conocido a un tipo tan repelente y que sus ojos le parecían los ojos de un
violador fracasado. Tampoco es que Hemingway resultara muy imaginativo a la
hora de insultar y ya sabemos que el insulto, en literatura, es como una
filigrana sintáctica al alcance de muy pocos. En realidad, lo que se dice
imaginación, Papá no la tuvo jamás, por mucho que digan de él sus
incondicionales. Ni siquiera tuvo la suficiente como para transformar en arte
la realidad que tenía delante de sus narices. Y me refiero a las tres grandes guerras
que vivió y a las respectivas tres novelas que siguieron, un trío de engendros
literarios que nunca debieron cruzar el Mississippi.
Pero, en fin, ahora estoy escribiendo de Windham Lewis, pintor y escritor y creador de un movimiento
artístico llamado “Vorticismo”, supongo que por oponerse con todas sus fuerzas
a Marinetti, auspiciador del “Futurismo” y precursor estético del fascismo
mussoliniano y otros belicismos europeos. Una pena que Lewis aún sea un total desconocido
para la mayoría de los lectores españoles. No obstante, les aseguro que no se
arrepentirán, si no lo han leído, de ahuecarle un lugar especial en sus
lecturas. Ya me contarán ustedes.
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