San Marcial, 3 de septiembre del 2014
DIARIO
Aunque llevo veintitrés años sin fumar, resulta que
hay noches que a uno le entran unas enormes ganas de liarse un pito y llenar el
techo de volutas grises, aromas de tabaco macho y galipos como duros antiguos.
Me refiero a las noches en que tomo café y copa con mi buen amigo Josep Pla,
que lo conozco desde que se muri
ó y no pasan dos meses sin
que reciba una llamada para decirme que viene y que prepare el invento. Naturalmente,
Pla no se anda con remilgos y se lía un cigarrillo detrás de otro. Tiene una
petaca de cuero repujado en marrón oscuro y me fijo en que sigue sin cortarse
las uñas, que las tiene largas y negras, como las de un payés que ha removido
la tierra para comprobar la humedad. A cambio del café y del güisqui, Pla ha
cogido la buena costumbre de traerme una bandejita de “flaons” envuelta en
papel de dulcería y coronada por un lacito rosa, que de siempre esos lacitos
tienen que ser de color rosa, digo yo que para que el dulce parezca hecho por
manos de ángel y empiece a saber bien desde el envoltorio.
No sé si
ustedes han probado alguna vez los “flaons”, pero les diré por si acaso que son
dulces originarios de Morella, Castellón de la Plana. Los “flaons” ya se
disfrutaban en 1283, pues son mencionados nada menos que por por Raimundo Lulio
en uno de sus libros, “Blanquerna”, que todo hay que decirlo. En realidad, los
“flaons” son como unas empanadillas muy especiales, cuyo relleno está compuesto
por ingredientes tan salutíferos como el requesón, almendras molidas, yema y
clara de huevo y no sé cuántas cosas más que no me acuerdo y no voy a
levantarme a mirarlo. En fin, se trata de unos dulces que están buenísimos y,
según dicen, hay que acompañarlos con un moscatel muy frío, aunque Pla y yo los
regamos siempre con un buen güisqui de malta, salga el sol por donde salga y
que sea lo que Dios quiera.
Pues
bien, mientras damos buena cuenta de los “flaons” y del güisqui, solemos hablar
alguna cosa sobre la vida y la muerte y, cómo no, también de Michael de
Montaigne, que es un señor que a Pla le gusta mucho y dice que incluso aún de
muerto sigue leyéndolo, cada mañana, después del desayuno, como cuando estaba
vivo. Y entre otras cosas va y me suelta que Montaigne es un humanista que no se
pregunta acerca de qué carajo es el hombre, sino tan sólo “quién soy yo”,
pequeño matiz que impone un primer signo de modernidad y que justifica toda la
literatura moderna del “yo”, que ha devenido en mucha y muy buena, desde todos los diaristas
y autobiógrafos que en el mundo han sido hasta novelistas como el mismísimo
Marcel Proust.
Claro que yo, a pesar de
asentir como un buen chico a todo lo que dice Pla referente a Montaigne, a
veces, según mi nivel alcohólico, sólo por joder, trato de meterle un viaje dialéctico, a contrapelo, tal como hice anoche. Así que le dije que el desarrollo del “yo” ha llevado
al hombre al narcisismo y a la activación de un ego inflacionario en lo que se
refiere a la vanidad y a la chulería. Sin embargo, cuando Pla alcanzó la cima paroxística del
cabreo fue cuando le dije que el “yo” consciente es sólo una parte de la psique y
que al otro lado existe un inconsciente cuyos contenidos marcan las pautas del
comportamiento de ese “yo” heroico de Montaigne, que no es otra cosa que una
marioneta a manos de la distintas fuerzas irracionales que lo invaden. Y aquí,
naturalmente, es cuando comienza la pelea y se me pone tarasca y la discusión deriva hacia los derroteros de la libertad del “yo” y esas cosas.
Pero hay más, porque cuando realmente Pla se lía a soltar improperios y los “flaons”, como si fueran espuma, se le salen de la boca junto a la dentadura, es cuando le doy la vuelta a la frase de Descartes y le digo aquello de “pienso, luego no existo” y se lo razono argumentándole que el “yo” no piensa, sino que lo piensan y que su existencia real y consciente depende de mantener el pensamiento a raya: “No pienso, luego existo”, se debería haber dicho. Entonces, directamente me manda al carajo, cuando le digo que esta frase es para mí el nuevo paradigma de los nuevos tiempos.
Pero hay más, porque cuando realmente Pla se lía a soltar improperios y los “flaons”, como si fueran espuma, se le salen de la boca junto a la dentadura, es cuando le doy la vuelta a la frase de Descartes y le digo aquello de “pienso, luego no existo” y se lo razono argumentándole que el “yo” no piensa, sino que lo piensan y que su existencia real y consciente depende de mantener el pensamiento a raya: “No pienso, luego existo”, se debería haber dicho. Entonces, directamente me manda al carajo, cuando le digo que esta frase es para mí el nuevo paradigma de los nuevos tiempos.
Como es natural, cada vez que
discutimos, Pla me jura que no volverá a visitarme, pero les aseguro que siempre regresa con los “flaons” en busca de mi güisqui resucitador, igual que anoche, que me hizo quitar
todos los libros de Jung que había apilados encima de mi mesa. Pla es un
racionalista a ultranza, un materialista irredento y, como dice él, defiende a
muerte la literatura de la observación frente a la literatura de la imaginación.
Yo le digo que apenas hay diferencias entre una y otra, ya que el resultado
final me parece absolutamente el mismo, aunque la argamasa sea distinta. Sin
embargo, este cabrón de payés es tozudo como una mula. Y tiene muy mala leche. Además.
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