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17 de diciembre de 2011

RAÚL, SUSANITA Y EL PALACIO DE INVIERNO

Uno no es tan demócrata ni tan de izquierdas ni tan buen escritor como Raúl del Pozo. Todo lo contrario. Yo sólo soy un vagabundo de la Literatura que escribe noveluchas de tiros para provincias y algún artículo de añadidura. Y encima soy de derechas. Ni siquiera de centro-derecha, segundo piso ascensor, sino de derechas, simplemente, como lo fueron mi padre y mi abuelo. Mi abuelo tenía una foto de Gil Robles en su despacho; después mi padre puso otra de Calvo Sotelo, aquel diputado de Renovación Española que fue asesinado por algunos demócratas socialistas, y ahora yo tengo una de Cristiano Ronaldo fallando dos goles clamorosos al Barcelona. Los tiempos cambian y los vagabundos también. No obstante, si yo comiera en Lhardy, cenara en Zalacaín y además jugara al golf en los campos de Marbella, como Raúl del Pozo, casi todos mis huesos serían de izquierdas. Quiero decir que si soy de derechas es porque el dinero no me alcanza para otra cosa.
Raúl del Pozo, la otra mañana, en el programa de Susana Griso, defendió a capa y espada la presencia de los chicos de Amaiur en el Congreso. Reconozco que fue toda una lección de democracia la que recibimos por parte del maestro de periodistas. Una exhibición en toda regla. Después nos confortó diciendo que tener un parlamento monocolor, como el que los españoles hemos elegido, es mucho peor asunto que en sus escaños se sienten media docena de etarras. Y al segundo siguiente, comentando una foto de prensa, va y dice que Rajoy parece nada menos que Napoleón. ¡Napoleón! Lo siento mucho, pero yo es que tan demócrata como Raúl del Pozo no lo soy. Les juro que me gustaría serlo, incluso por imperativo legal, pero no creo que sin saber jugar al golf pueda yo llegar alguna vez a esos niveles tan elevados de democracia. Imposible. A no ser, claro está, que aprenda la industria por correspondencia y logre que el swing o como se llame me llegue más lejos que la meada de un `batusi´, y luego la meta en el puto agujero bajo par, que es al final por lo que todo el mundo se esfuerza.
Para mí que el señor Del Pozo cargó las tintas democráticas porque la presencia de la Griso imprime carácter. No es para menos. Porque ella, ay, también es muy demócrata y muy abogada de marginales, indignados, vagabundos y otras hierbas del cuplé. Me refiero a que, en su presencia, sin pensármelo dos veces, yo también sacaría la bayoneta y asaltaría la Bastilla y el Palacio de Invierno y me volvería montaraz junto a Fidel Castro y el Che Guevara. Una mujer como la Griso, con esa altura y ese empaque y esos ojos azules llenos de lejanías, es capaz de volver a cualquiera, incluso a mí, maoísta o marxista-leninista; y, si ella se empeñara, servidor escalaría el Everest en pijama y por la cara más neblinosa y resbaladiza.
Yo creo que Raúl del Pozo se empecinó en todo eso de la pureza democrática y la sana diversidad y aquello de la pluralidad parlamentaria por culpa de un subidón romántico entre otros estímulos y adrenalinas. En mi opinión, el maestro pretendía ligarse a la chica como fuese y optó por la estrategia de halagarle los oídos con susurros ideológicos. En el fondo, uno escribe para ligar y una pieza así de alta y de rubia y con esa leve hinchazón de los morros no entra todos los días, y si hay que ponerse en plan demócrata se pone uno y en paz. ¿Qué importancia tiene que los etarras de Amaiur estén en el Parlamento español si hay mujeres que nos hacen felices? Por mí como si llegan a la Moncloa. Otra vez.


Antonio Civantos

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