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27 de diciembre de 2011

LOS PLACERES DE LA RUINA

Ahora que uno ya tiene amaestrada la cabra, viene la Derecha a solucionar la crisis. No es por nada, pero esto de vivir en la pobreza tiene sus ventajas si uno sabe sustituir unos placeres por otros. Por ejemplo, ya iba yo tomando aprecio a las sopas de ajo y a los paseos nocturnos bajo las farolas fernandinas. La pobreza es como un exilio, una excursión celiniana al interior de la noche, que viene muy bien para saber de qué materia están hechos los sueños, como dice Bogart en el Halcón Maltés. A Zapatero, pues, le debemos una vuelta a la badila y al brasero de cisco de los años cincuenta. Zapatero, con su profunda discapacidad política, en el fondo ha sido para nosotros, los españoles, como el maestro zen que predica la vida sencilla.
Sin embargo, después de haber desempolvado tan antiguos placeres, aparece la Derecha y se atorbellina junto al César Visionario para meternos en otra burbuja susceptible de explotar en cualquier momento. Me refiero a que ya me veo de nuevo con el peluco de oro, comiendo la mus de jamón y conduciendo en plan hortera el buga descapotable por las playas de Marbella. Porque digo yo que si por fin nos hemos acostumbrado a la vida monacal y austera de los años cincuenta, a qué viene ahora tanta prisa en sacarnos de esta paz augusta y de esta tranquilidad violeta que con tantos sacrificios y errores hemos conquistado. La Derecha se ha empeñado en pagar a toda máquina el pufo que nos ha dejado el rojerío, y mucho me temo que el señor Rajoy, nuevo César Visionario, esté en la cosa de recuperar el oro de Moscú que se llevó Negrín y atender los gastos de la señora Merkel y los problemas de Sarkozy con la lencería fina de Carla Bruni, que tienen que ser amplios y tremendos.
Todos sabemos que la historia de España es un trapicheo entre judíos, moros y cristianos, pero también es la historia de la pobreza digna y humilde, porque nunca hubo en el mundo unos pobres mejor educados que los españoles. O sea, que la crisis nos ha devuelto la dignidad y la educación y otra vez volvemos a quitarnos la boina delante de nuestros mayores y del alcalde del pueblo. La crisis ha conseguido, nada menos, que la princesa de Asturias sea nieta de taxista, el duque de Alba un funcionario con quinquenios y, sobre todo, que el duque de Palma se llame Iñaqui y su linaje provenga, en línea directa, del pícaro Guzmán de Alfarache.
España vuelve a ser lo que siempre fue y para mí que el señor Rajoy y ese tal Luis de Guindos no tienen derecho a entregarnos de nuevo a la vorágine de la pasta gansa, la barrera en las Ventas y el palco gastronómico del Bernabeu. Encima, el señor De Guindos viene con el lastre curricular de ser un ejecutivo de Lehman Brothers, un banco, para colmo, con nombre de una de esas bandas de Nueva Orleans que tocan en los entierros de los suicidas hipotecarios. Uno ya se estaba acostumbrando, como digo, a ser un personaje colmenero de Cela, es decir, un español que lee en alto el Quijote sentado a la camilla con la familia, los garbanzos en el puchero, el café de achicoria y el recibo de la contribución sin pagar. Es decir, como toda la vida. Me niego, por tanto, a que los españoles tomemos el tren satánico y supersónico de los eurobonos, abandonando este confort dominical del vermú y la misa de doce en la parroquia. La pobreza hilvanada a pulso por el joven Zapatero me ha rejuvenecido un imperio. Lo malo es que nunca se lo agradeceré como el chico merece. Angelito.

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