La señora Huntington, de soltera Gladys Parrish, me
esperaba en uno de los salones del Grand Hotel de Cadenabbia. Llevaba un
vestido gris perla de seda. Estaba sentada al lado de un ventanal desde donde
se divisaba majestuoso el gran lago de Como. Era la segunda vez que yo visitaba
esas tierras. Y supongo que la última. Dicen que sus gentes son propensas a la
longevidad, y me aterra pensar que voy a estar en este mundo más de lo
necesario. La señora Huntington debió pensar lo mismo, ya que se quitó la vida
en 1959. Dicen que tomándose un cóctel de barbitúricos a última hora de la
tarde, cuando el sol se ponía entre crepúsculos y bostezos de mal tono. Así es,
la pobre se suicidó a los setenta y dos años de edad, sin haber saboreado las
mieles del éxito literario.
Nunca
fue una mujer demasiado agraciada físicamente, pero la verdad es que me recibió luciendo una sonrisa muy agradable. Aquella tarde no aparentaría más de veintisiete
años. Y es que las muertas son aún más coquetas que las vivas. No tardé en
preguntarle por su novela más famosa.
--Publiqué
“Madame Solario” de manera anónima. Y hasta muchos años después de mi muerte el
público ignoró que yo fuera su autora. Naturalmente, la novela me pareció tan
escandalosa que no me atreví a que mi nombre fuera sobre la cubierta. Me daba muchísima
vergüenza. Ahora me arrepiento de aquella decisión. Al menos habría disfrutado
de la misma popularidad que consiguió la obra.
--Pues le
aseguro señora Huntington que la novela resulta de una honestidad acrisolada en
comparación con lo que ahora se publica. Y es de este asunto, precisamente, de lo
que quería que me hablara. Porque, desde mi punto de vista, Natalia Solario es
un personaje al que hay que suponer un temperamento malévolo, una de esas
mujeres fatales, como muy bien dijo Mario Praz, ya que usted evita por todos los medios ser
demasiado explícita en el texto. Lo único que el lector puede captar de su
personalidad es una cierta frialdad de carácter, una frialdad que hay que
deducir más por sus silencios que por sus palabras. En cambio, los tres
personajes masculinos, el hermano, el amante ruso y el joven inglés están muy
bien trazados gracias a sus descripciones y, sobre todo, a sus diálogos. Sin
embargo, Natalia Solario parece un personaje que vive al albur de los
acontecimientos y que, por razones que usted no explica, es esclava de los
deseos de su hermano. No está claro, por ejemplo, si el hermano disparó a su
padrastro para defender el honor de la madre o por los celos que sentía hacía
su hermana. Usted tampoco deja nada claro acerca de la relación incestuosa de
los hermanos, ya que deliberadamente omite decirnos cuándo empezó. Deja usted
que, a la vista de los acontecimientos, el lector lo suponga todo. Por ejemplo,
yo creo que la relación debió originarse en la adolescencia. De otro modo la
historia no se entendería. Quiero decir que usted obliga al lector a construir
parte de la trama. Me parece que usted ha confiado demasiado en la bondad de
los desconocidos. También he de decirle que, en mi opinión, le sobran muchas
páginas a la novela. Demasiadas. Además de una infinidad de detalles insulsos.
En mi opinión debió utilizar tanta palabrería sobrante para ser más explícita
en los hechos escabrosos que ha pretendido contar. Puede que esté equivocado,
pero esta novela debió escribirla en primera persona, adoptando usted la
personalidad de la propia Natalia Solario. Creo que no fue usted
suficientemente valiente. Por otro lado su estilo narrativo es fluido y ameno y
no resulta tedioso, ni siquiera cuando lo que cuenta carece del más absoluto
interés. Para mí su estilo se me parece mucho al de Henry James. ¿Está de
acuerdo, querida?
--Yo no
soy su querida y usted me parece un joven muy petulante. “Madame Solario” es
una novela de la que estoy muy orgullosa y le aseguro que en su tiempo
consiguió un éxito arrollador. En cuanto a lo que me dice, creo que no ha
tenido en cuenta el espíritu de la época en que fue escrita. Comprenda que el
incesto era un asunto tabú y demasiado peligroso para que una mujer lo tratara
a cara descubierta y con la claridad que usted exige. ¿Cómo podría escribirla en
primera persona? Me habrían llevado a la hoguera. Incluso me atrevo a suponer
que el incesto sigue siendo tabú en la actualidad. ¿No es así?
--Le aseguro, señora
Huntington, que los tabúes de esta época están más relacionados con los
problemas del clima que con los del sexo. Al final los hombres hemos conseguido,
a fuerza de una voluntad inquebrantable, volvernos completamente estúpidos. Tan
sólo sabemos hablar del tiempo.
--También en mi época el tiempo
estaba de moda, pero sólo con el fin de saber qué ropa era la más adecuada para
salir a la calle. Por cierto, en mi novela también hablo del tiempo, una
cuestión ineludible si uno veranea en el lago de Como y pretende salir de
excursión cada día. ¿No le han perecido deliciosos los paseos de madame Solario
tanto en barca por el lago como andando por los bosques?
--Claro que me han parecido
deliciosos, pero también demasiado superficiales, pues no sirven para que el
lector tenga una idea nítida del carácter de esa mujer. Pienso que usted ha
querido describir a una mujer fría, calculadora, ambiciosa, lujuriosa y
salvajemente inmoral, pero necesita que el lector construya ese personaje, pues
sólo le ofrece ambigüedad y silencio.
--Si hubiera sido más
explícita en la creación literaria del personaje de Natalia Solario, le aseguro
que la novela jamás se habría publicado. Le juro que mi intención fue hacer de
Natalia Solario una femme fatale, pero la pluma, siempre miedosa, se me congelaba
entre suspicacias. Y sí, tiene usted razón al afirmar que sobran muchas
páginas, pero esas páginas de más me sirvieron para acolchar los pequeños
pasajes de terrible inmoralidad que la novela contiene. También le agradezco
que haya comparado mi estilo con el de Henri James. Resulta todo un honor para
mí. No obstante mis influencias fueron muchas y variadas. Me refiero, por
ejemplo, a escritoras como Jane Austen, George Eliot, Emily y Charlotte Brontë,
sin olvidarnos, naturalmente, de escritores como Thomas Hardy y D.H. Lawrence,
cuya obra más popular fue un precedente y por supuesto un estímulo para que me
atreviera a escribir “Madame Solario”. Pero lo que me parece inconcebible es que
en España no se haya publicado hasta hace dos meses. ¿En qué piensan los
españoles?
--Los españoles estamos muy
ocupados en vigilar y envidiar las vidas ajenas. Una actividad que en cierto
modo resulta de lo más entretenida y, desde luego, suple cualquier necesidad
literaria. Por cierto, ¿cuál fue el motivo de su suicidio?
--Es usted muy curioso,
amigo mío, pero se lo voy a contar con mucho gusto. Me quité la vida porque mi
mundo se había desmoronado por completo. Me refiero al mundo de mi juventud, el
mismo que yo describo en “Madame Solario”. De repente la tierra se abrió bajo
mis pies y todo desapareció ante mi vista, tanto la sociedad en que me sentí
plenamente feliz, por muy hipócrita que fuese, como lo más importante de mi
existencia, es decir, mi juventud. No fui capaz de soportar cómo mi cuerpo se
desvanecía y mis vísceras degeneraban poco a poco sin que yo pudiera evitarlo.
Además, no había nada en el mundo que pudiera retenerme. Hasta la buena
educación había caducado casi por decreto ministerial. Y, como dijo el Divino,
las buenas maneras son más importantes que la moral. Por cierto, ¿acaso se han
recuperado en este siglo?
--Le aseguro, señora, que en
lo que respecta a los españoles, hemos conseguido perfeccionar hasta límites
insospechados todos los cánones de eso que los estetas llaman el mal gusto.
--Me lo temía. Seguramente en
América habrá ocurrido lo mismo.
La señora Huntington dirigió
la ceremonia del té con absoluta elegancia y presteza. Cuando le alabé la delicadeza
de su gestos me dijo que en el Otro Mundo, tanto los americanos como los
ingleses toman el té cada día. Y me recordó que ella era una chica de
Filadelfia y que las chicas de Filadelfia de su tiempo recibieron una educación
exquisita.
--Tal vez algo cursi, no se
lo niego, pero le aseguro que quedamos bien en cualquier ambiente. Desde luego
entre los muertos hemos causado una gran sensación. Es el motivo de que
nuestros salones estén llenos y nosotras tan solicitadas entre la alta
sociedad.
--¿Hay clases sociales en el
Otro Mundo?
--Naturalmente. Y al que más
tiene más se le concede y al que menos incluso se le quita lo que tiene. ¿No lo
sabía? Sí, amigo mío, el Otro Mundo es muy clasista y le aseguro que está
felizmente jerarquizado. Algunos se van a llevar una gran sorpresa cuando
lleguen. Ya lo creo.
La señora Huntington tuvo
que marcharse porque había quedado con unas señoras para ir al salón de Edith
Wharton, quien celebraba el aniversario de su muerte. Me dijo que la velada
sería divertidísima porque acudirían tanto Teddy, el marido de Edith, como su
amante, el apuesto Billy Morton.
--Esperemos que el encuentro
termine en un duelo.
--¿Hay duelos en el Más
Allá?
--En realidad, allí nadie
puede morir puesto que todo el mundo está muerto, obviamente, pero ese bestia
parda de Hemingway en un periquete es capaz de levantar un ring en mitad
del salón; luego les enfunda unos guantes de boxeo a los duelistas y durante un
rato se están dando mamporros. Al final, después de los quince asaltos
reglamentarios, es el propio Hemingway quien a su juicio levanta el brazo del
vencedor. Naturalmente, se permiten apuestas, y le aseguro que me lo paso maravillosamente. Mucho mejor que cuando estaba viva. ¿No le entran ganas de venirse?
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