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1 de junio de 2012

NO QUIERO HABLAR DEL GOBERNADOR

La catedral del dinero, o sea, el palacio de Alcañices, antigua residencia del conde de Sesto, es desde 1891 la sede del Banco de España. Quiero decir que es la catedral mística y fundacional de la cosa económica y neoliberal para todo el siglo XX español. Yo no entiendo un bendito carajo acerca de los belenes monetarios que se organizan en sus avernos dorados, pero según dicen de su cachicán, un tal Ordóñez, el último guateque organizado por él se llama Bankia y ha sido memorable. Muy parecido al de Peter Sellers, donde recuerden que no quedó piedra sobre piedra. La verdad es que me hubiera gustado haber sido invitado al contubernio lírico/monetario. Siempre me tiraron las fiestas por todo lo alto y, sobre todo, eso de bailar hasta bien entrada la noche, aunque mi pareja sea tan peligrosa como la mismísima prima de Riesgo. Por cierto, hubo un tal Honorio Riesgo, tío bisabuelo de un servidor, que fue presidente de las Cortes durante un par de legislaturas en la Segunda República. En consecuencia, la prima de Riesgo digo yo que debe de ser pariente mía. Pero no quiero hablar hoy de mi familia ni del dinero del cepillo parroquial del señor Ordóñez ni de la lista provisional de mangantes y apesebrados institucionales que Zapatero distribuyó por todas las estancias del Estado, como en una siembra del cereal que nos ha dejado a todos como empanados y a los pinreles de los mercados. Con lo juanetudos que son los pies de los mercados, demasiado feos para un fetichista pedicuro como un servidor. Por otra parte, se sabe que hay informes financieros, honrados y veraces, redactados por inspectores del Banco de España, que fueron disimulados, inhumados, por el señor Ordóñez, es decir, por el mayoral del Banco de España, banderillero a tiempo completo del propio Zapatero. Pero, como digo, no quiero hablar del señor Ordóñez, don Mafo, aunque sea socialista y rojo hasta las cachas, socialista de sangre y cuenta corriente, justo desde las colas de la despedida al catafalco de Franco y el caballo solitario y enlutado hasta fecha de hoy. Como casi todos ellos. Pero ni siquiera pretendo hablar de Zapatero, en cuya hégira feliz fue dejando las cunetas sembradas de cadáveres financieros. Diría él que lo mejor para el partido era mirar hacia otro lado, esconder las vergüenzas y confiar en la propaganda, eficacísima, por cierto, durante sus dos legislaturas mendicantes. Hasta que llegó el desastre electoral del veinte de noviembre, fecha en que el pobre Zapatero se liberó de la ingente tarea de cargarse un país en cómodos plazos, como los de una de esas hipotecas tóxicas y apestosas de la banca Lehman. Pero tampoco quiero hablar de la banca ni de Bankia ni de cómo su consejo de administración, cuajado de sindicalistas y sans-culottes millonarios, se montaba el ferragosto, mientras al alza valoraban edificios de cielo rojo, persianas caídas y goterones en los tejados. No quiero hablar de nada que suene a dinero porque, en primer lugar, es de mala educación, y, después, porque ya está bien de economías, balanza de pagos, bajonazos de bolsa y otras quiebras no románticas del corazón. Ya saben ustedes que el corazón no sólo quiebra de puro romanticismo y amores no correspondidos, sino también porque la prima de Riesgo, mi parienta, se beneficia ella sola a todo lo que se mueve en el parqué de la bolsa, que para eso mi prima es ninfómana y trabaja en una whisquería de las de antes. Y es de eso, precisamente, de lo que quiero hablar, de las whisquerías de mi tiempo, de cuando entrábamos en ellas a tomar una copa y enamorábamos a los taburetes que estaban ocupados. Pero ya no me queda espacio. Lo siento por los mercados. Tan sensibles ellos.

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