Viernes, 9 de febrero
Paso toda la mañana en la
cama con un libro de Madame de Staël. Esta señora está realmente obsesionada
con su padre, Jacques Necker, por tres veces ministro de finanzas de Luis XVI.
Claro que su obsesión se extiende también, aunque en sentido contrario, nada menos
que a Napoleón, quien dijo: “La culpa de la Revolución la tuvo Necker, aunque
sin ella yo nunca habría sido emperador de Francia”. Madame de Staël emplea
seiscientas páginas para defender a su padre. Pero lo importante es que detrás respira una mujer de una inteligencia
finísima. Ya saben lo que Benjamin Constant destacó de esta señora en su
diario: “Todos los volcanes son menos ardientes que ella”. Dicen que no era muy
agraciada en lo físico, pero los hombres caían rendido a sus pies por su magnetismo
personal. Al parecer tuvo una buena manada de amantes.
Me levanto para comer. Después voy a tomar café al Hotel
Palace. Me encuentro con mi amigo Julio, una de las personas más aburridas que
conozco. Es el motivo por el que me cae bien. Hoy hemos hablado de “blues”.
Coincidimos en que a Billie Holiday hay que escucharla en verano y durante la siesta.
La intensidad del calor y el adormilamiento propio de la hora son las
circunstancias más idóneas para saborear placenteramente las emociones que
genera esa música. Le digo a Julio que mi canción preferida es “Lover man”. Me
responde que él, en cambio, prefiere “Summertime”.
A las seis y media me paso por la Fundación Maphre para ver
la exposición de Derain, Balthus y Giacometti. Nunca me gustaron las obras de arte amontonadas tanto en museos como en exposiciones, pero es la única manera de contemplar a los grandes maestros. Para como de males, confieso con cierto pesar que, en la de esta tarde, he sentido una terrible decepción.
Buscaba la pederastia pictórica de Balthus y me encuentro con los restos de un
naufragio. ¿Acaso ha sido censurado? Recuérdese lo que han sido capaces de hacer, tanto los ingleses como los alemanes, con la obra del austríaco Egon Schiele, pintor áulico de vaginas y otros enseres enigmáticos. Entre
otras lindezas le han llamado pornógrafo.
Pues bien, de la misma logia son Balthus y Gustave Courbert, que también
son pintores vocacionalmente vaginales. Claro que a Balthus las vaginas que más
le gustan tienen mucho que ver con el sector de las “Lolitas”, como a Humbert
Humbert, el personaje de Nabocov. Pues bien, que nadie busque en esta exposición
madrileña, en pleno arroyo Valnegral, cualquier atisbo de pecado mortal u otros
incentivos al uso. A la salida, en la tienda, compro las “Memorias” de Balthus.
Las compro con la esperanza de que me den más satisfacciones que los cuadros de
la muestra.
Después de cenar veo por televisión una película: “La edad
de la inocencia”, una adaptación de la novela de Edith Wharton. Se trata uno de los pocos casos en que las imágenes me gustan más que las palabras.
Scorsese realizó, desde luego, un trabajo perfecto. Creo que lo habría firmado
el mismísimo Visconti. Imperdonablemente,
a las doce ya estoy en la cama. Como un buen chico.
Domingo, 11 de febrero.
A la una menos cuarto, misa
en San Antonio de los Alemanes. Hace tiempo que descubrí la poesía que hay en
las palabras rituales de una misa. “Llenos están los cielos y la tierra de Tú
Gloria”. El problema surge en el momento de la homilía. Hace siglos que los
curas no saben por dónde se andan. La homilía de hoy, la del cura sustituto, ha
sido verdaderamente lamentable. Hemos echado de menos la ingenuidad angelical
del padre Javier.
Comemos en el restaurante “Nimú”, calle Barquillo, 40. Cada
día me gusta más el vino de Toro. Mi nieto Mario, veinte años, nos dice que si
no fuera por la muerte no se notaría el paso del tiempo.
Tertulia en la terraza del Capuccino. Me acusan de hablar
demasiado de mí mismo. Tienen razón. ¿Pero qué otro tema podría ser tan
interesante? Al menos, para mí. Téngase en cuenta que la naturaleza, desde hace
unos años, me prohíbe no sólo el placer sino el deseo. Sólo me faltaría que también
me impidiera cantar las alabanzas de mi gloria. Mi hija, entonces, me echa en
cara las palabras de La Rochefoucauld: “el hombre honesto es aquel que no se
vanagloria de nada”. ¿Y quién ha dicho que uno sea honesto?
Al
final, alguien me pregunta si, a estas alturas de la vida, me arrepiento de algo.
Por Dios Santo, a estas alturas de la vida me arrepiento de casi todo. Entre
otras cosas me habría gustado ser más artificial desde el principio. Habría preferido en realidad construirme una personalidad razonablemente
fingida, enmascarada, trazando una raya limítrofe entre la realidad y mi
conciencia. Me refiero, más que nada, a un muro pedregoso de cinismo. El
cinismo es la vacuna quimérica que previene el sufrimiento debido a contactos
innecesarios.
No tengo ganas de cenar. Me quedo dormido con un documental
que muestra los océanos arenosos de Marte. Recuerdo a un tipo que aseguró, en
un programa de Televisión, que vivió en Marte en una vida anterior. Cuando
le preguntaron por su profesión en dicho planeta, dijo que había sido chapista.
Ahí perdió toda credibilidad.
Lunes, 20 de febrero.
Hoy he visto a varias mujeres
con los pantalones rotos. ¿Me pregunto por qué las
ricas quieren parecer pobres? Por la mañana, como a eso de las una y media, entro
en el bar del Hotel Only You. Me cobran nueve euros por una copa de vino tinto.
Seguramente, dos veces el precio de la botella. Como es natural, no hay
clientes en cien metros a la redonda. En realidad sólo quería celebrar que había
mandado una novela al premio Fernando Lara. Nada del otro mundo. Digamos que mi
fiesta ha sido de un aburrimiento conmovedor.
En
casa me espera una ensalada de tomate, arenques y aguacates. Me duermo durante
el telediario, entre muerto y muerto. Lectura a las seis. Otro placer inigualable la acción de pasar hojas y hojas sin que el autor se
mueva del mismo punto. Sin que sirva de precedente, Proust me intriga con el misterio de las “madres profanadas”. Promete explicarlo más adelante. También dice del barón de
Charlus que se comporta como una “lady like”. Creo que quiere decir que sus maneras se asemejan a las de una verdadera dama. Cada vez me gusta más ese
estilo cadencioso de frases interminables. Digamos que Proust convierte la
monotonía de sus circunloquios y digresiones en una maravilla literaria. Por la noche, después de cenar, elijo una película de vídeo:
“El año pasado en Mariembad”. Es el colofón lento y poético de un día perfecto.
Domingo, 25 de febrero
Si mi vida es aburrida, lo
más inteligente es convertir el aburrimiento en una obra de arte. Por ejemplo,
no hay nada como empezar el día leyendo a Porfirio. Las cartas que le escribe a
su mujer, Marcela, son verdaderamente plúmbeas, una ristra de consejos para
catecúmenos a punto de jurar los votos de la vida monástica. Naturalmente,
todas esas cartas parecen encaminadas a que a la pobre chica no se le ocurra
echarse un amante sustituto. El caso es que me las he leído todas de un tirón,
metido en la cama.
O
sea que desayuno a las doce en punto. Ducha caliente y me visto para ir a misa.
Iglesia de San Antonio de los Alemanes. Oficia don Javier Repullés. Un jesuita
de tal inocencia que no parece jesuita.
Aperitivo
y comida en Las Rozas. Nos invita mi amigo José Antonio García Marcos, doctor
en psicología. Buena comida y mejor bebida. Nos presenta a su nueva novia, Isabel, mucho más joven que él. Hablamos largamente de un tema
lleno de colorido: el suicidio. Resumiendo: personalmente me decanto por cortarme
las venas, como Petróneo, que se desangró en la bañera, poco a poco, conversando
con los amigos, incluso con tiempo para un par de copas de champán. Él
prefiere, en cambio, el suicidio de George Sanders, llevado a cabo mediante una
buena dosis de barbitúricos, en un hotel de Casteldefels. Por cierto, George Sanders
es un actor que siempre me gustó por su dandismo. No es extraño, en
consecuencia, que se quitara de en medio por propia voluntad. La muerte natural
del dandi es, sin lugar a dudas, el suicidio. Sin embargo, en la nota que Sanders
escribe para el juez, confiesa que se quita la vida por aburrimiento. Intolerable
desde cualquier punto de vista. El aburrimiento es el caldo de cultivo de la
existencia del dandi. La energía que lo mantiene en pie, además de ser la forma
más elegante y digna de pasar la vida. No puede haber dandismo sin aburrimiento.
La clave es, como digo, tratar de convertirlo en obra de
arte. Si
bien hay quien prefiere, en vez de aburrimiento, decir esplín, que viene del
griego, splën, palabra que determina al bazo. La Academia también la traduce
como melancolía o tedio. Los franceses, siempre tan suyos, escriben “spleen”. Sin
ir más lejos, Baudelaire, el dandi por antonomasia, tiene una obra titulada
“Spleen de París”, que es un conjunto de poemas en prosa sobre la vida parisina.
Los
antiguos romanos señalaban a Saturno como al dios responsable de la melancolía.
Después, en el Renacimiento, algunos filósofos, como Marsilio Ficino y Pico de
la Mirandola, también hablaron del “Síndrome de Saturno“ como un estado
melancólico del hombre, muy propio de poetas, artistas y filósofos. Es lo que
hoy día se llama depresión.
Lunes,
26 de febrero.
No
he salido de casa en todo el día. He leído en la cama hasta la hora de comer.
Por la tarde he visto una película magnífica: “La juventud”. Los cometarios de algunos
amigos no fueron, recuerdo muy bien, demasiado favorables a esta cinta. Excesivamente
lenta, decían. Pero el caso es que ahora me gustan las películas lentas, sobre
todo cuando la fotografía es buena y los diálogos inteligentes. Antes prefería
que mantuvieran un ritmo trepidante, pero creo que me ha llegado el momento de
disfrutar de la quietud, la parsimonia, el sosiego y, también, por qué no, del
silencio. Como escribí ayer en este diario, ahora trato de entrarle al aburrimiento
por su lado hedonista, acomodarme en el esplín que me ofrece, subirme a
horcajadas sobre su grupa. Una forma como otra cualquiera de parar el
tiempo que no cesa. Si la sociedad nos ofrece un espectáculo de tres pitas a
cada hora del día y de la noche, a cambio propongo el aburrimiento como una
forma estética y digna de vivir.
Jueves, 1 de marzo
Leo toda la mañana. Salgo de
casa a las dos menos cuarto. A las dos he quedado a comer con Marigel. Decidimos entrar en Public, calle del Desengaño. Después vamos al cine. La
película es de Klint Eastwood. Se titula “15.17 Tren a París”. La verdad es que
no hay por donde cogerla. Los últimos quince minutos son los únicos que logran
mantenerme despierto. La hora y cuarto restante no es aburrida sino insulsa y banal. Una cosa es el aburrimiento y otra la banalidad. Sin duda es una película rodada para el olvido. Cuando salimos del cine
llueve torrencialmente. Paramos un taxi y nos vamos a casa. Se impone una taza
de café con leche y un cruasán con jamón de York y mermelada de naranja. A las nueve hay fútbol en la
televisión. Leo tranquilamente hasta esa hora. Ceno un poco de jamón, queso,
almendras, nueces y un yogur. A las doce ya estoy en la
cama. Sigo con “La Recherche”.